jueves, 25 de marzo de 2010

Muchas caras...

Ookûchi Hatori era un crio espabilado. Practicaba kenjutsu antes de saber correr correctamente, y empezó con karate antes de acabar el primer año de la primaria. Había nacido en una familia humilde residente en Tokyo. Humilde pero honorable. Y el pequeño Hatori-kun se embebió de esos valores desde el momento en que nació. Al contrario que la mayoría de niños japoneses de su edad, Hatori no tenía ningún problema para decir lo que pensaba y regañar a quien el creía que debía regañar. Eso hizo que sus compañeros de clase le respetaran mucho. Con los años, la habilidad como luchador del niño fue creciendo a la par que su honorabilidad. Se ganó a pulso la fama de ser alguien que trataba con respeto tanto a compañeros como profesores. Y eso no le gustaba a algunos que tenían su mismo descaro para decir lo que pensaban, aunque les faltaba su honor. Y con esos tuvo peleas con frecuencia Hatori. Peleas en las que solía salir bien parado, y que siempre trató de evitar.

Por otro lado, el primero recluta y luego soldado, Okuchi 'Dedos-finos' fue un tirador de primera. Un patriota de comportamiento intachable, aunque demasiado orgulloso según la solitaria opinión de su sargento. Se murmuraba entre el escuadrón que el soldado había batido todos los records que el sargento había establecido en toda su carrera en menos de un año, y que por eso el suboficial le tenía ojeriza al joven tirador. Aunque siempre se comentaba cuando el sargento estaba en otra parte. Por desgracia para la compañía, y fuera por una razón o por otra, el tirador fue juzgado por un tribunal militar tras un desgraciado accidente que había acabado con la carrera y la vida de otro soldado, y 'Dedos-finos' fue expulsado del ejército.

Hatto-kun era un tipo de otra calaña. Siendo muy joven, ya era uno de los mejores hombres del clan yakuza Akashi. Y un 'diplomático' muy convincente cuando se trataba de familias que interferían en los negocios del clan. Había sido el suyo un ascenso meteórico. Ayer era un matón anónimo, hoy un hombre de confianza, y mañana ya tenía la plena confianza del jefe y era uno de sus guardaespaldas personales y uno de los mejores asesinos que tenía el clan. El suyo fue un fin bastante brusco. Tan brusco como un agujero esférico de 15 metros de diámetro en la fachada del edificio de oficinas en el que estaba la base 'legal' del clan.

Akatsuki no era muy diferente de Hatto-kun, excepto por el detalle insignificante de residir en Los Angeles en vez de en Tokyo. Asesino profesional, en una semana limpió de basura (humana) varias manzanas alrededor de su casa. Todo tipo de gente contrataba sus servicios: palizas, amenazas, destrucción de propiedades, asesinato, etc. Mientras se le pagara, este violento matón hacía lo que fuera. La ciudad era peligrosa, después de todo. Así que no sorprendió demasiado a los clientes cuando desapareció tras una batalla campal en los arrabales. Sobretodo después de ver como había quedado la zona. En un cruce y sus alrededores, se podían ver los restos de varias explosiones que la policía determinó como procedentes de cocteles Molotov. Las farolas y semáforos caídos en la calzada. Varios vehículos completamente calcinados. Media docena de cadáveres y más restos de complicada investigación. La batalla, fuera entre quien fuera, había sido cruenta y brutal. Los camellos, mafiosillos, jefes de bandas y demás olvidaron a Akatsuki pronto, al fin y al cabo, había otros dispuestos a ocuparse de sus trabajos habituales.

Por último, Jacob. ¿Qué decir de él? Un tipo que se ganaba la vida como jefe de seguridad de un nada querido ricachón hasta que este murió en extrañas circunstancias. Un colega al que ponerle el coche a punto cobrándole lo justo para cubrir gastos. Un corredor que sabe por quien apostar. Un amigo capaz de cubrirte las espaldas cuando tienes problemas. Un tio al que le pones un vinilo escrito en Kanji en el coche que se lee como "Destello Nocturno". Y también un joven y letal vampiro que te mata si te pasas de la raya pero que trata de proteger a los "pobres humanos" de los abusos a los que los someten los que son como él. Un chupasangre que lo mismo viaja a un rincón perdido de Asia menor en busca de sabiduría ancestral como va a Haití a vengar la muerte de una amiga a manos de un viejo enemigo. Que lo mismo se enfrenta al Sabbat en su propio territorio como hace de intérprete en Tokyo para que un conocido pueda hacer un 'trabajillo'. Que lo mismo se alía con Garous y Magos para eliminar cazadores y perdiciones como recorre las catatumbas de Jerusalén en busca de un documento perdido desde hace milenios. Simplemente se puede decir de él, que no hay nada que decir.

Y bien, aquí están estos personajes. Cinco caras, cinco vidas. Cada una con sus propias características, cada una con sus peculiaridades. Cinco caras... y un mismo ser.

lunes, 8 de marzo de 2010

Visión en 360º

El camaleón era feliz con la sardina. Y la sardina era feliz con el camaleón. Como vivían en medios muy distintos, no podian verse tan a menudo como querían, pero eso no les impedia ser felices.

Un día, mientras el camaleón bajaba de su árbol y la sardina se dirigía a la orilla, una maragota se alejaba de la orilla y se encontró con la sardina. La sardina vio que le gustaba, y decidió irse con la maragota. Y así fue como el camaleón se quedó solo y abandonado por la fuente de su felicidad.

El camaleón volvió a los árboles, queriendo pensar que realmente era lo mejor. Al fin y al cabo, la sardina y él vivían en medios demasiado diferentes.

Mientras estaba en los árboles, buscando algo de comida para animarse, el camaleón se encontró con el colibrí, su amigo desde hacía tiempo, y alguien en quien podía confiar. El colibrí, en vez de animarle, se enfadó con él, pues no era capaz de dejar de pensar en su felicidad.

El camaleón, dolido por las duras palabras de quien creía su amigo, se marchó a otra rama. Pensó en echarle la lengua al colibri para asustarle y que viera lo dolido que estaba con él, pero siendo como era un animal calmado y poco dado a gestos tan belicosos, decidió ignorarle y seguir su camino. Y se fue pensando en que el colibri habría podido darle felicidad, aunque fuera transitoria.

El camaleón volvió a los árboles, queriendo pensar que realmente era lo mejor. Al fin y al cabo, el colibrí y él vivían en medios demasiado diferentes.

Cuando llegó al linde de los bosques en los que se había instalado, el camaleón se encontró con el lobo. Hacía poco que ambos habían trabado amistad, y el camaleón todavía no lo conocía demasiado bien, pues el lobo era un animal extraño. Taciturno a veces, y de reacciones imprevisibles. El lobo notó que su amigo estaba algo deprimido, y tras conocer su historia, trató de darle consuelo. Y el camaleón obtuvo felicidad, una felicidad transitoria, pero felicidad al fin y al cabo.

Al poco tiempo, el lobo se marchó. Era un animal extraño, y necesitaba dar rienda a sus excentricidades y seguir su propio camino. Y el camaleón se dio cuenta de que el momento había pasado, y que el lobo volvía a su medio natural. El tiempo de la felicidad transitoria había terminado.

El camaleón volvió a los árboles, queriendo pensar que realmente era lo mejor. Al fin y al cabo, el lobo y él vivían en medios demasiado diferentes.





El que sepa entender, que entienda.